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[Por favor prescinda
de lo siguiente si lo anterior es claro para usted, como de hecho deseo].
Comentario (con perdón de don Nicolás y de los
lectores):
Hombre culto es el hombre que se ha cultivado a sí mismo,
aquel que ha procurado aprender y logrado enriquecerse con lo verdadero, lo
bueno y lo bello; quien sabe mucho pero no le sobra saber; quien ha dominado y
vencido (encauzándola, pero sobre todo reprimiéndola) la curiosidad, ese deseo
de saber lo que a uno no le importa, lo que no tiene valor real. Es, más bien, un
estudioso: alguien que tiene la cualidad opuesta al defecto llamado curiosidad.
Quien ha incorporado en sí mismo, por el trabajo y el amor, los grandes logros
de la cultura, lo permanente de toda época, lo que conquista la inmortalidad.
Por su parte, ¿no es precisamente la noticia lo que se da a
conocer por ser asunto “nuevo”, del hoy, y no algo que posea valor permanente? Es,
por su naturaleza, efímero, muchas veces banal (si no en su contenido, sí en su
presentación o su tratamiento). Responde a motivaciones de poder, de lucro, de vanidad,
de diversión, de entretenimiento… Y lo que logra en casi todos es dispersión,
despilfarro de energías, y a nadie saca de la estulticia en que nacemos; satisface
la curiosidad, el afán de chisme, que así buscado se tiene por legítimo. ¿Y la
propaganda, la publicidad? ¿Qué es hoy en día sino el esfuerzo por mostrar como
necesario y valioso lo que con dificultad podría considerarse bueno? ¿Qué tiene
que ver todo eso con el hombre culto?
Ni siquiera el orgullo de privarse de algo valioso debe
sentir el hombre sensato (sinónimo de culto o de quien está en camino de serlo)
cuando se aleja de todo lo que es publicidad y noticia. Lo que debe saberse ni
es objeto de venta ni es “novedad”. ¿A quién hace culto saber cuanta cosa es
objeto del consumo de la banalidad? ¿Qué sabiduría puede dar eso?