* * *
Comentario (con perdón de don Nicolás y de los
lectores):
El modo de decir de don
Nicolás —más hermoso y por tanto más verdadero— que es necesario acoplarse al
autor al que uno lee, y no esperar o actuar como si él debiera acoplarse a uno,
da en la clave de una de las condiciones de toda lectura bien hecha. Y es
verdad tanto para entender a un escritor como para… cualquier acto de
comprensión: para poder reírse de un chiste (no de la gracia con que es
contado), para disfrutar con la película del director (no la fragmentada o a
medio comprender por uno cuando la ve por primera vez), para enriquecerse con
cualquier obra de arte, para recibir plenamente el sentido de lo que nos dice
cualquier otro…
Esperar que el otro se
acomode a nuestro ritmo (“¡Lo que el viento se llevó es una película muy
larga!”, “¡Beethoven es muy aburridor!”, “¡las obras de Dickens son lentas!”…)
es “mercantilismo de masas” en-carnado, metido en nuestras venas y nuestros
nervios: queremos y esperamos que todo nos llegue como quieren hacerlo los
propagandistas de toda laña, los “buenos” vendedores, todo ser prostituto que
nos quiere seducir… Quien viene para estafarnos, para quitarnos algo de valor
(nuestro tiempo, nuestras energías, nuestro entendimiento, nuestro corazón,
nuestro cuerpo, etc., llevándose además el fruto de nuestro esfuerzo) a cambio
de algo que no lo vale (una mala pieza, una canción que mañana pasa de moda, un
programa de TV, un mal libro, un ratito de placer…), sí que se acomoda a
nosotros, sí que intenta acoplarse… mientras consigue su cometido. El verdadero
artista no se pliega a lo fácil de nosotros, no nos seduce, no se disfraza…
Debemos, con respeto, seguir su ritmo: él es autor-idad.
La belleza es difícil. Las masas rechazan a Homero,
a Beethoven, a Shakespeare, todo el cine en blanco y negro, todo gran arte…
¿Usted también, lector?