El tentador es el enemigo de nuestra alma y el
amigo de nuestro corazón. (T. I, p. 68)
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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro
para usted, como de hecho deseo]
Comentario (con
perdón de don Nicolás y de los lectores):
Parece patente que don Nicolás, de modo deliberado, usa
equívocamente los términos, pues el enemigo del todo es enemigo de las partes,
y el tentador, siendo enemigo del yo más hondo, por tanto enemigo total, no será
amigo… en ningún sentido. Ese ser infecto quiere destrozarnos, devorarnos,
aplastarnos, destruír cuanto pueda de nosotros, o mejor dicho: destruír del
todo a una criatura como nosotros, que no puede ser “destruída” como otras. A
una cucaracha se la manda al no ser con un pisotón, pero no así a un ser
humano, criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, inmortal, imperecedera, “a
prueba de… todo”.
Por eso don Nicolás, según entiendo, indica adónde se dirige
el enemigo para lograr su propósito homi-cida: a conquistarnos (seducirnos,
atraernos hacia él y hacia sus obras), a fingir amistad afectuosa, cercanía a
nuestra intimidad. Apunta al centro de nosotros. Nuestro corazón, en desorden
desde que Adán y Eva “metieron la pata”, puede creer en esa amistad con
facilidad, y puede dejarse seducir rápidamente. Queremos ser amados, y con
falsos amores, con disfraces amorosos, procura alejarnos de nuestro verdadero
bien, que tantas veces carece del ropaje de príncipe que quisiéramos encontrar.
Aburridos, por ejemplo, con aquél o aquélla a quien se prometió amar, ya sin
calor en el corazón, ronda el miserable con amoríos que ofrecen lo que no se
sabe encontrar en donde realmente está. O los compromisos adquiridos se nos
presentan áridos, y toda novedad aparece como promisoria de dicha (“Venturas
prometiendo a la mirada”, como escribió Miguel Hernández).
Y ahora, época de sentimentalismo meloso omnipresente, cultura
universalmente cursi, en la que el gusto individual o el afecto es el único
criterio con el que se juzgan las cosas (para perdición de las grandes
mayorías), el enemigo logró su propósito en la cultura: crear el clima de
complacencia universal del instinto, de dispersión total de los afectos, de aparente
libertad para todos ellos, de menú completo y a la distancia del botón. Nuestro
corazón ve al bicho como amigo, como aquél que complacerá rápidamente nuestros
mal encauzados ímpetus vigorosos…, cuando lo que hará, si le hacemos caso, será
dejarlos fríos, secos, áridos y estériles.