Escolio CCCXI

   El tentador es el enemigo de nuestra alma y el amigo de nuestro corazón. (T. I, p. 68)
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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro para usted, como de hecho deseo] 



Comentario (con perdón de don Nicolás y de los lectores):

   Parece patente que don Nicolás, de modo deliberado, usa equívocamente los términos, pues el enemigo del todo es enemigo de las partes, y el tentador, siendo enemigo del yo más hondo, por tanto enemigo total, no será amigo… en ningún sentido. Ese ser infecto quiere destrozarnos, devorarnos, aplastarnos, destruír cuanto pueda de nosotros, o mejor dicho: destruír del todo a una criatura como nosotros, que no puede ser “destruída” como otras. A una cucaracha se la manda al no ser con un pisotón, pero no así a un ser humano, criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, inmortal, imperecedera, “a prueba de… todo”.
   Por eso don Nicolás, según entiendo, indica adónde se dirige el enemigo para lograr su propósito homi-cida: a conquistarnos (seducirnos, atraernos hacia él y hacia sus obras), a fingir amistad afectuosa, cercanía a nuestra intimidad. Apunta al centro de nosotros. Nuestro corazón, en desorden desde que Adán y Eva “metieron la pata”, puede creer en esa amistad con facilidad, y puede dejarse seducir rápidamente. Queremos ser amados, y con falsos amores, con disfraces amorosos, procura alejarnos de nuestro verdadero bien, que tantas veces carece del ropaje de príncipe que quisiéramos encontrar. Aburridos, por ejemplo, con aquél o aquélla a quien se prometió amar, ya sin calor en el corazón, ronda el miserable con amoríos que ofrecen lo que no se sabe encontrar en donde realmente está. O los compromisos adquiridos se nos presentan áridos, y toda novedad aparece como promisoria de dicha (“Venturas prometiendo a la mirada”, como escribió Miguel Hernández).
   Y ahora, época de sentimentalismo meloso omnipresente, cultura universalmente cursi, en la que el gusto individual o el afecto es el único criterio con el que se juzgan las cosas (para perdición de las grandes mayorías), el enemigo logró su propósito en la cultura: crear el clima de complacencia universal del instinto, de dispersión total de los afectos, de aparente libertad para todos ellos, de menú completo y a la distancia del botón. Nuestro corazón ve al bicho como amigo, como aquél que complacerá rápidamente nuestros mal encauzados ímpetus vigorosos…, cuando lo que hará, si le hacemos caso, será dejarlos fríos, secos, áridos y estériles.