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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro
para usted, como de hecho deseo]
Comentario (con
perdón de don Nicolás y de los lectores):
Confieso que este escolio se
me resistió un rato, y un aspecto de lo que dice aún me permanece cerrado. Pero
lo captado bien merece ofrecerse al público lector, que seguramente captará su
sentido en menos tiempo que yo y quizás me ofrezcan ayuda para comprender lo
que yo no veo.
¿“Pasar” la belleza? Hoy diríamos
“sobrepasar”, o superar. Solo entendiendo así el término cobra sentido el
escolio, que debe sonar, por tanto, así: no hay nada más bello que el amor. Sí:
así a secas. No es difícil entender que no hay amor sin lealtad, sin esa
constancia que supera el quizás disgusto de seguir amando contra toda
circunstancia, contra toda oposición a la entrega de sí mismo (no la menor de
ella la inconstancia amorosa del ser amado). Y no por “el amor”, no por hacer
honor al amor (con ser ese ya un ideal alto), sino por verdadero amor al otro,
por el amado y tan solo por él.
¡Quién pudiera gozar, y no solo en
libros o cine, o en directo, de esa belleza! Pero, sobre todo, ¡quién pudiera
gozar de un amor así ofrecido por un semejante!
No
es común el regocijo con la hermosura de la lealtad. Pocos poetas le han
cantado, pocos cineastas (si alguno) lo han presentado, y no es muy común en
los libros (y que los poetas y demás escritores que sí lo han hecho me perdonen
por no conocerlos). Sin duda está ausente del cine “actual”, y no comparece
nunca en la caja maldita (hoy plano inmisericorde). Todos estamos acostumbrados
a confundir amor con ese estado de exaltación casi loca en que un hombre o una
mujer son capaces de cualquier cosa por gozar del amor de quien así los “pone”.
Pero el amor se prueba en el tiempo, en el frío de esa exaltación, en su
ausencia (la amistad no sabe de eso, y el amor entre parientes tampoco), quizás
en sus rescoldos en el amor erótico… Amor es amor leal o no es otra cosa que un
retoño de amor, o una frustración de él: egoísmo y solo egoísmo.