Escolio CCC

   La juventud navega sin notarlo en un mar de conformismo.

  En cada ola que la arrastra sólo observa la breve espuma que la diferencia de las otras y no la marea común que las empuja a todas. (T. II, p. 147)


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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro para usted, como de hecho deseo]





Comentario (con perdón de don Nicolás y de los lectores):

   


  Creo que todos sabemos, y algunos lamentamos, que sea la juventud la diosa tiránica de nuestros días: todos quieren ser jóvenes sin ver la belleza de la maduración; muchos se esclavizan a sí mismos para evitar su inevitable degradación (ejercicio, dietas, modas, operaciones…), y, quizás lo peor de todo, son los jóvenes los que mandan (¿quién los pone a raya, si todos les tienen miedo?).


   Esta “juventud” es nueva; lo que no es nuevo es algo a lo que toda juventud siempre está tentada: perderse por su inexperiencia. La inexperiencia que se sabe tal es humilde, se deja enseñar, quiere aprender. Pero la inexperiencia ciega es soberbia, y esa es la de hoy (aunque ya tenga medio siglo): la tiránica, la que sojuzga, la que impone su ignorancia y se vanagloria con orgullo. Se cree libre, original, “nueva”, pero es manipulada, esclava, secundaria, vieja…, desencantada, desesperada, suicida. Esta juventud inexperta y desordenada es programada, falsamente alabada y ensalzada, aplaudida por sus manipuladores, y estos están hábilmente ocultos para que ella no pueda ver que es arrastrada según su propósito perverso.


   De allí que solo vea que es diferente de sus papás (de cosas más viejas apenas sabe), de lo que suena a autoridad y de lo que le parece “viejo”. Y realmente lo es, mas tan solo de ciertas cosas de persona mayor que tarde o temprano deberá aceptar. Pero no ve allí con suficiente hondura: sus papás también fueron arrastrados, son arrastrados, no dejan de ser objeto de manipulación. Todos arrastrados, y en pocas cosas diferentes: solo en ciertas circunstancias.


   Nuestra condición común actual no es de libertad (pues no se ama y vive la Verdad). En una sociedad libre, perfectamente cristiana, quizás a punto de llegar, cada hombre gobernaría su propia vida, la sociedad no padecería cegueras, no habría arrastres…; todo sería nuevo y todo sería añejo (no viejo en lo que esto tiene de degradación); todo sería bello y nada caducaría. Todo joven, pero todo sabio y todo, todo obediente.