En cada ola que la arrastra sólo observa la breve espuma
que la diferencia de las otras y no la marea común que las empuja a todas. (T.
II, p. 147)
* * *
[Por favor prescinda de lo
siguiente si lo anterior es claro para usted, como de hecho deseo]
Comentario (con
perdón de don Nicolás y de los lectores):
Creo que todos sabemos, y algunos lamentamos, que sea la
juventud la diosa tiránica de nuestros días: todos quieren ser jóvenes sin ver
la belleza de la maduración; muchos se esclavizan a sí mismos para evitar su
inevitable degradación (ejercicio, dietas, modas, operaciones…), y, quizás lo
peor de todo, son los jóvenes los que mandan (¿quién los pone a raya, si todos
les tienen miedo?).
Esta “juventud” es nueva; lo que no es nuevo es algo a lo que
toda juventud siempre está tentada: perderse por su inexperiencia. La
inexperiencia que se sabe tal es humilde, se deja enseñar, quiere aprender.
Pero la inexperiencia ciega es
soberbia, y esa es la de hoy (aunque ya tenga medio siglo): la tiránica, la que
sojuzga, la que impone su ignorancia y se vanagloria con orgullo. Se cree
libre, original, “nueva”, pero es manipulada, esclava, secundaria, vieja…,
desencantada, desesperada, suicida. Esta juventud inexperta y desordenada es
programada, falsamente alabada y ensalzada, aplaudida por sus manipuladores, y
estos están hábilmente ocultos para que ella no pueda ver que es arrastrada
según su propósito perverso.
De allí que solo vea que es diferente de sus papás (de cosas
más viejas apenas sabe), de lo que suena a autoridad y de lo que le parece
“viejo”. Y realmente lo es, mas tan solo de ciertas cosas de persona mayor que
tarde o temprano deberá aceptar. Pero no ve allí con suficiente hondura: sus
papás también fueron arrastrados, son arrastrados, no dejan de ser objeto de
manipulación. Todos arrastrados, y en pocas cosas diferentes: solo en ciertas
circunstancias.
Nuestra condición común actual no es de libertad (pues no se
ama y vive la Verdad). En una sociedad libre, perfectamente cristiana, quizás a
punto de llegar, cada hombre gobernaría su propia vida, la sociedad no
padecería cegueras, no habría arrastres…; todo sería nuevo y todo sería añejo
(no viejo en lo que esto tiene de degradación); todo sería bello y nada
caducaría. Todo joven, pero todo sabio y todo, todo obediente.