El
capitalismo es realmente culpable de lo que lo acusan, pero condenarlo sólo a
él garantiza la impunidad del verdadero delincuente. (Escolios nuevos,
p. 171)
* * *
[Por
favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro para usted, como de
hecho deseo]
Comentario
(con perdón de don Nicolás y de los lectores):
Por supuesto: este sistema espantoso de
(des)organización económica acarrea todo tipo de males para el ser humano,
entre otras cosas porque le hace creer que acumular es algo bueno, cuando es
uno de las peores tonterías que puede hacer; o porque le “enseña” con toda
deliberación a considerar el lucro no como algo que debe satisfacer sus
necesidades a cambio de la prestación del servicio —toda labor en la sociedad
lo es—, sino como una oportunidad de aprovecharse de la necesidad o la
estupidez ajenas para lograr esa acumulación. En definitiva hace del hombre un
idólatra (sacrificando su vida al dinero, a los bienes materiales), un ser prostituído
que intercambia algo sagrado, su ser mismo, por algo cuyo valor, comparado con
el suyo, es negativo.
Pero
el capitalismo no se engendró a sí mismo: es hijo. ¿De quién o de qué? ¿De la
fe protestante, según lo que creía Max Weber y trató de probar en una de sus obras? Hay
quien demuestra lo contrario (ver aquí). Pero si fuera el
protestantismo, no por virtud sino por el natural desarrollo de las leyes del
espíritu, sería en definitiva hijo de quien engendra todo error, pues el
protestantismo es uno de los peores jamás engendrados y paridos. He ahí al
culpable al que se refería Don Nicolás.
¡Cuán
engañados andamos todos! ¡Hasta nos creemos que sea verdad -¡realidad
inexorable!- esa odiosa justificación de la avaricia y el aprovechamiento de la
necesidad ajena que llaman “ley de la oferta y la demanda”!