Toda obra de arte nos habla de Dios.
Diga lo que diga. (T. II, p. 133)
* * *
[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro
para usted, como de hecho deseo.]
Comentario (con perdón de don Nicolás y de los lectores):
Toda, sí; toda. Esa es precisamente la principal señal de la
verdadera obra del verdadero arte: que al ser recibida debidamente deja el interior
de su receptor en tal estado que la existencia de sentido, de la belleza de la
creación, de la sensatez y del buen gusto, de la Verdad y la Paz y la Armonía,
y todo lo bueno y todo lo bello y todo lo grande y todo lo magnífico, y la
hermosura de lo pequeño, de lo sencillo, de lo simple, y todo cuanto nos da el
gusto sabroso de lo semejante a la simple sonrisa de un niño… en fin, que todo
cuanto enriquece y hace amable nuestro paso por el mundo —que es todo lo que
nos hace presente a Dios— se hace presencia viva, verdad irrefutable, posesión
dichosa en nuestro interior. Y herida abierta que reclama más…
No importa el tema, ni el objeto, ni el modo, ni la forma: la
obra lograda, la que atraviesa como un rayo las condiciones de tiempo y espacio
dejándolas rezagadas, la que logra su presencia perenne entre los hombres, la
que anticipa realmente las delicias de la bienaventuranza eterna, es un rastro
delicioso de la inigualable belleza del Creador.