Lo más común nos
deslumbra de pronto con esplendor de epifanía. (Escolios nuevos, p. 120)
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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro
para usted, como de hecho deseo.]
Comentario (con perdón de don Nicolás y de los
lectores):
Epifanía
significa manifestación, y suele usarse para aparición de lo trascendente, de
lo que está “más allá” de lo que suelen percibir nuestros sentidos. Ante ella,
la respuesta de un ser es la del sobrecogimiento, sobresalto temeroso, terrible
sensación de pequeñez. No puede ser de otra manera: todo ser creado (para Dios
no hay epifanías) es algo pequeño (no de tamaño, aunque también), pero no es
constantemente consciente de esa pequeñez. La grandeza del Ser, Su perfección,
Su poder, sobrecogen, con espanto al desprevenido, pero siempre con temor a
quien de ese modo se le hace presente su pobreza, miseria, impotencia…, su real
condición.
Todo (un niño, un viejo, un ser feo, una fiesta cualquiera, una fruta…) puede ser
ocasión de epifanía, pues en todo hay algo que nos dice de la divinidad, pero
solo puede serlo cuando la luz habitual desaparece y nos es iluminado con la
luz poderosa de lo sobrenatural. El arte (lo que merezca ese nombre, claro)
contiene habitualmente la potencia de esa luz, y quien busca la belleza
honradamente se hace susceptible a frecuentes epifanías. Pero nuestro espíritu
puede hacerse capaz de esa luz especial sin necesidad del arte, puede hacerse
digno receptor si sabe prestar atención a la realidad, a la que sea. Basta
mirar con detenimiento, con la suficiente atención, con la correcta
disposición.
Observe mi lector con atención en estos días un pesebre, uno de esos que
representa bien lo que se narra en los Evangelios. Si mira detenidamente, como
si fuera la primera vez que lo mirara y lo hace con el asombro natural de quien
no sabe qué ocurrió allá, preguntándose por el quid de aquéllo, puede
verse sorprendido por algo semejante a lo que hizo arrodillar a pastores,
reyes y padres de ese Niño: El Dios tres veces Santo hecho bebé indefenso,
escondiendo Su Divinidad para que el hombre se anime a abrazarLo como Él desea.
¿Hay algo que atemorice más que la Potencia Dadora de Ser dirigiéndose
amorosamente a cada uno de nosotros? Y ¿hay algo más “común”?