CCCXXVI



   La verdadera elegancia consiste, en toda época, en evitar lo que el público de la época considera elegante. (Escolios sucesivos, p. 107)
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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro para usted, como de hecho deseo.]

Comentario (con perdón de don Nicolás y de los lectores):
   Parece que don Nicolás estaba convencido de que la elección (acción y efecto de “elegir”, de donde viene el término y el concepto “elegancia”) que hace una mayoría nunca es la “correcta”, por lo menos en nuestras sociedades cambiantes. En comunidades sujetas al continuo flujo de las ideas y los sentimientos, en que nunca arraigan tradiciones o en que toda tradición se convierte en algo que no responde a un sentir anhelado sino a la visión utilitarista de los comerciantes, lo que elige la mayoría (lo que la mayoría considera “elegante”) es una mera “moda” (en su actual acepción: modo pasajero de hacer algo). El continuo cambio es respuesta al tedio que produce lo mal elegido; es rechazo a lo que cansa, a lo que no es realmente hermoso o bueno. Ese cambio no es elección de lo mejor, de lo más apropiado al hombre, y por tanto allí no hay elegancia (en el antiguo sentido de elección apropiada).
 En este sentido de elegancia: ¿queda algo elegante en Occidente que no sea mero rezago, costumbre adherida pero no conservada amorosamente por ser lo mejor? Hasta vestidos de frac o esmoquin, incluso miembros de orquestas famosas en lugares hermosos de antes (puro museo), los así vestidos van despeinados, con aretes o piercing

   Elegante es quien sabe elegir: vestido, aquello con lo que se adorna, aquello con lo que vive. Es virtud por la que el sujeto manifiesta su riqueza interior, su belleza, su bondad y su verdad conquistadas. El hombre elegante es especie cuyos representantes no son sino bichos raros en medio de la bancarrota espiritual de nuestra fenecida civilización.