CCCXXIV

   Solamente porque ordenó amar a los hombres, el clero moderno se resigna a creer en la divinidad de Jesús, cuando, en verdad, es sólo porque creemos en la divinidad de Cristo que nos resignamos a amarlos. (T. I, p. 303)
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[Por favor prescinda de lo siguiente si lo anterior es claro para usted, como de hecho deseo.]

Comentario (con perdón de don Nicolás y de los lectores):

   El mandamiento del mundo moderno, al que casi todos obedecen “sin chistar”, es este: “los hombres deben amarme”. Toda doctrina que no se adecúe a este mandato es, para este diosecillo que exige adoración de los demás, falsa y contraria a la razón. Y sólo porque el Señor la proclamó (de otro modo, claro está) muchos lo aceptan como “algo” (alguien bueno, un ser espiritual, uno de los maestros…), y la jerarquía se resigna a fingirle adoración (ahora solo se adora al hombre).

   Este mandato —monstruoso, abominable, origen del primer pecado— se hizo posible como cultura en virtud de la doctrina de Lutero, supiéralo él o no (ahora lo sabe). Esta idolatría horrenda se impuso, por las vías de la sangre, en la revolución francesa. Este engaño absurdo, este encantamiento en que nos tiene el bicho, se hizo finalmente posible por su sagacísima infiltración en las filas del catolicismo, y se inocula sin interrupción en los tejidos de toda sensibilidad por todo cuanto le llega del exterior: periódicos, noticieros, propaganda de cualquier tipo, cine, televisión, predicación, “eucaristías”…

  ¿Amable el hombre por algo “suyo”? ¡Jua, jua, jua! Toda persona, en sus rarísimos momentos de lucidez, sabe que es indigna de ser amada, y experimenta como regalo que alguien “se digne” (abaje a) amarla. Por eso nos cuesta tanto trabajo creer en serio que Dios nos ama (incluso aceptando como verdad los extremos a que ha llegado). Nos parece locura: y lo es. ¿Amar a los hombres? Sí; pero porque Él nos amó primero, porque nos da ejemplo: si Él se abaja… ¿qué excusa oponer? Pero amables, lo que se dice amables, solo lo somos por ser las criaturas más semejantes al Único Amable: Dios; por ser portadores de las marcas de la divinidad. Pero nadie añade cosa alguna a su naturaleza. Quien lo piensa, siente o enseña de otro modo es un nauseabundo usurpador, discípulo fiel del mismísimo Gran Gusano.