Como
el arquitecto moderno confía en las posibilidades infinitas del
progreso técnico, el edificio que construye lleva implícita en su
médula la convicción de su pronta caducidad.
El
arquitecto de ayer, en contra, no sentía que su habilidad técnica
fuese un estadio transitorio, sino un acierto irremplazable.
El
arquitecto actual no imparte serenidad ni grandeza a sus inmensas
construcciones, mientras que palacios y templos métricamente
modestos despliegan una vastedad solemne ante el espectador atónito.
(T.
II, p. 31)